Vi pasar a la misma mujer con su velo dorado bajo mi ventana cuando me dedicaba a dormir y no a pensar que volvía a soñar con tus ojos buscándome entre la multitud de ojos que me criticaban y una vez más sentí que despertaba en el interior de mi cuerpo rendido gracias al sonido siempre nuevo de tu voz muda.
miércoles, 28 de octubre de 2009
Sonia
Matorral movido por el viento y un ave que no descansa por huir del calor del desierto. Sonia no respira, el vestido morado ha quedado en jirones y las espinas desgarran la piel.
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Los ojos de Sonia no sonríen, el ave la observa y su corazón nervioso tiembla.
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Pasos borrados por la arena, Sonia desaparece entre la roca y su cactus sin sombra. Sonia no puede llorar, sólo queda arena entre las grietas de su rostro seco.
La sangre hierve en el enramado de sus venas pudorosas y se evapora entre los surcos de su mente.
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El rojo palpitante de su pecho oprime sus pulmones, el mismo mosco la vuelve a picar en el mismo lugar, entre su cuello y sus hombros. Sonia, transparente, pierde su sangre, la misma sangre que por la tarde pinta la tarde de rojo.
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El día en el que Sonia muere, llueve, y se pinta de carmín el corazón de las aves de carroña.
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Sonia agoniza.
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Los matorrales secos desean la muerte de Sonia. Las malditas espinas no llegan con la muerte, Sonia sólo puede pensar en el infinito presente de su agonía.
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Arde en su pecho el corazón viejo, pasa el humo por el laberíntico camino de su espíritu hecho cenizas. La piel de cobre se desmorona entre la arena , la misma arena que marcó los minutos eternos en los que ella lo besaba por primera vez.
A Michelle
Creo en la fuerza de tu mente brillante y ojos amorosos, confío en tus palabras tan llenas de ilusiones y esperanzas, creo en el hijo de tu vientre y en tu amor incondicional por la vida.
Veo crecer en tus manos de tierra tu alegría y también veo tus pies anclarse en un suelo aún blando.
Te siento quizá diferente, te siento crecer y yo misma quedo sorprendida ante tu belleza de mujer.
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