jueves, 26 de noviembre de 2009

Precipitación

-Por qué, con tus encantamientos infernales, me has arrancado
a la tranquilidad de mi primera vida... El sol y la luna brillaban
para mí sin artificio: me despertaba entre apasible pensamientos,
y al amanecer plegaba mis hojas para hacer mis oraciones. No veía
nada de malo, pues no tenía ojos; no escuchaba nada de malo,
pues no tenía oídos; ¡pero me vengaré!
Discurso de la mandrágora
en Isabel de Egipto, de ACHIM VON ARNIM
Tú y tu sol invernal,
tus calles enmudecidas,
drogadas por tu mediocre remedio contra la rebeldía.
Te recorro con mis pies de niña,
te busco solitaria,
y el árbol no está vivo,
ni tus nochebuenas,
tampoco los niños descalsos.
Tú y tu viento sucio,
las nubes que cubren el azul y el día,
el perfume virulento de tus mitos y fantasías.
El agua no es un espejo cristalino,
el agua no refresca,
los patos nadan en motones de nada verde,
y no eres tú la que has cambiado.
Tú y tu luna vieja,
el cielo negro que no deja de mostrar formas,
las estrellas que gritan mi nombre.
El gato nunca fue negro,
la flor jamás vivió,
yo no respiro,
me respiras;
no me tengo,
tú me tienes.
Y cuando llegue la tormenta, ni tú ni yo quedaremos,
se quedarán la flor y su gato,
tan muertos y coloridos el uno como el otro.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Tercera ficción, nosotras

It starts to get bitter.
Se despiertan en mí sus manos de ninfa olvidada, el crepitante deseo por sentir su piel bajo la mía y el instinto casi felino por devorarla. Renace entre mis ojos de agua estancada su cuello blanco. Sus piernas suaves y largas me abrazan, su vientre pegado al mio me abriga casi intangible, sus brazos rodean mi espalda, somos una misma, cuerpo y alma separadas. Vuelve su aliento a hierbas secas. Vuelve su lengua hiriente. Vuelven las mismas palabras seductoras y la cama envuelta en seda blanca.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Tú, segunda ficción

Tu alma es inmortal como la de algún dios en Egipto. ¿Recuerdas la primera vez que la dejaste encomendada a algún borracho desconocido? que decía que tus ojos eran astros y tu piel blanca como la luna. Tú no le creíste entonces ni lo haces ahora y aun así te dejaste caer entre el hueco de sus manos que sólo de golpes y navajas entendían. Esa noche moriste. Y también moriste, meses después, en manos de algún pescador que sólo sabía de velas y brújulas. Le contaste toda tu vida y sabías que no podía escucharte, sabías que su idioma no era el francés y que sólo entendía un poco de sueco. Allí se fue toda tu alma, entre el agua sucia acumulada y el olor a pescado viejo y salado. No fue sino hasta 1995 que la volviste a ver, más cansada que nunca. Una vez más se entregó a ti, a pesar de las muertes que por ti había padecido. Y cuando conociste a Rubén el intelectual, le entregaste tus ojos, tus labios, tu pecho, tus muslos, y a pesar del esfuerzo no pudiste evitar dejar entre su pluma a tu pobre alma, por tercera vez resucitada. Y tu alma no regresaba, sino que peleaba entre las palabras del corazón herido del poeta, luchaba por salvarse, porque ella siempre ignoró su inmortalidad. Tuviste que romper los libros y cuadernos, lloraste las lágrimas que no tenías y allí la tenías, escondida en un rincón, entre la canasta de estambres y la pared naranja. Se dejó caer entre la curva de tus senos diminutos y tu corazón pensó que se detenía y tus ojos creían que no volverían a ver y tus pulmones se cerraban y tú sólo dejabas salir una suave queja. Ahora te pregunto dónde haz dejado a tu alma, leí en el periódico que la habían atropellado en algún lugar por Durango...otras fuentes informan que fue envenenada por ti y que huiste del psiquiátrico y que eres un peligro para la sociedad. Yo no sé, seguramente tú tampoco.

martes, 10 de noviembre de 2009

Yo, primera ficción

Salí del lugar agotada, la cabeza siempre bajo presión, el pecho oprimido con el calor en las mejillas. Me daban asco las velas a mi alrededor, las flores naranjas, el incienso una y otra vez quemado que entraba en mis pulmones cansados. Los veía caminar de un lado a otro, admirados por la belleza de la calavera, de la vela y del pan...yo me quedaba inmóvil. Quizá yo también sería parte del adorno, sería parte de la admiración, sólo bastaba con estar allí sin ser algo.
Recuerdo haberte visto, asomado en algún lugar de la sala viéndome. Tu imagen aparece borrosa en mi memoria, pero puedo decir con gran certeza que tus ojos cafés me observaban casi detenidamente. Fue por eso que quise salir, quería verte, estar segura de que tu rostro no era otro.
Fui golpeada brutalmente por el sol, y no pude abrir los ojos hasta que llegué a tientas a tu lado. No me hablaste ni me tocaste, te quedaste allí parado viendo como me tallaba los ojos y dejaba salir unas cuantas lágrimas; te hiciste a un lado para que pudiera llorar un poco sentada en el suelo (nunca te lo dije, pero es la mejor forma para llorar que haya descubierto). Sólo cuando pude olvidar el naranja, la vela, el humo y las calaveras, abrí los ojos. Allí estabas, tan callado como siempre, tendiéndome una pulsera verde y azul. Te sonreí porque no sé hacer otra cosa.
De cerca no te veías tan joven, los años habían marcado tu mirada. Te habías decidido, después de todo, por llevarme a tu casa en quién-sabe-dónde, yo seguía pensando si debía estar feliz o triste. No podía ponerme la pulsera porque mi mano no dejaba de temblar y mi reloj en el brazo izquierdo no dejaba de hacer "tic tac". No supe como abrazarte cuando finalmente conseguiste que me levantara y te viera a los ojos. Sí, ambos lo sabíamos, no nos correspondía estar juntos en ese lugar a esa hora "tic toc, tic tac". Aún así me llevaste de la cintura al autobús, aún así te sonreí durante todo el camino. Finalmente volví a casa con la cabeza más adolorida que nunca y una pulsera que no se quiere dejar caer.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Drunk

Crece y decrece
la marea no es constante
me embrutece el aire
con su aroma de nada
y de frío que no llega.
Canta el ave
muerta por la flecha
que el niño,
devorado por la avaricia del padre,
dejó caer sobre su blanco cuerpo.
-
Mi cuarto sigue vacío.
-
Insomnio,
del vecino que camina
sobre mi cabeza aturdida
por sus sueños desafortunados
de días sin sentido.
Ratones que roen
las patas de mi cama vieja
en la mansión corroída
por el olvido y la negligencia
de sus dueños tristes y apáticos
muertos de hambre
muertos de odio.
Cae la gota de agua
de la llave rota
inútil como las manos de la escultora,
de la escritora
y de la falsa poeta
que sueña con libélulas gigantes
y dragones hechos moscas.
Llega el silencio
del ruido que no para
de la música eterna,
del lamento infinito,
de la lágrima que no deja de caer
sobre la misma almohada que esa misma mañana la asfixió inexorablemente.